El domingo siguiente al Día de los Fieles Difuntos de 1849 llevó Don Bosco a todos los Muchachos del Oratorio a visitar el cementerio y rezar. Les había prometido, para la vuelta, castañas cocidas. Había hecho comprar tres grandes sacos. Pero Mama Margarita no había entendido bien sus deseos y no hizo cocer más que tres o cuatro kilos.
José Buzzetti, el jovencísimo “ecónomo”, llegó antes que los demás a casa, vio lo sucedido y dijo:
– Don Bosco va a quedar mal. Hay que decírselo enseguida.
Pero con el alboroto de la vuelta de la hambrienta tropa, Buzzetti no supo explicarse. Tomó en sus manos Don Bosco la pequeña cesta y empezó́ a repartir castañas con un gran cucharón.
En medio de la barahúnda le gritaba Buzzetti:
– ¡Así no! ¡No hay para todos!
– Hay tres sacos en la cocina
– ¡No! ¡Sólo esas! ¡Sólo esas! – Intentaba decirle Buzzetti.
Don Bosco no quería creerle.
– Yo les he prometido a todos. Sigamos mientras haya.
Siguió́ entregando un cazo a cada uno. Buzzetti miraba nervioso los pocos puñados que quedaban en el fondo del cesto, y la fila de los que se acercaban, que parecía cada vez más larga. Alguno empezó́ a mirar con él. De pronto casi se hizo silencio.
Centenares de ojos desencajados miraban a aquel cesto que no se vaciaba nunca; Hubo para todos. Quizás por primera vez, con las manos llenas de castañas, gritaron los muchachos aquella tarde: “¡Don Bosco es un santo!”.
(Don Bosco, una biografía nueva. Teresio Bosco)
Desde entonces cada salesiano, cada salesiana, en las familias, los oratorios y centros juveniles se recuerda el milagro: como signo de lo que Don Bosco es capaz de hacer por sus jóvenes, como recordatorio de lo que cada uno podemos hacer por nuestros chicos y chicas.
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