En la festividad de Miguel Rúa recordamos una historia que muestra el cariño y la importancia que Don Bosco daba a Miguel Rúa en su tiempo en el Oratorio.

Hoy, festividad del Beato Miguel Rúa, el equipo de pastoral quiere compartir un poco sobre esta figura tan relevante en la historia salesiana. D. Rúa es conocido por el momento donde Don Bosco le dice la frase: “nosotros dos lo haremos todo a medias” o por haber sido el primer sucesor de Don Bosco. Durante su etapa como Rector Mayor, la congregación salesiana experimentó un crecimiento notable: pasó de 773 a 4,000 salesianos, de 57 a 345 casas, y de 6 a 34 provincias en 33 países diferentes.

La semana pasada, revisando textos sobre su vida, encontramos una carta del entonces Rector Mayor, Don Pascual Chávez, escrita en septiembre de 2009. En ella se recogen varias anécdotas sobre el Beato Rúa, entre ellas una historia que ejemplifica el profundo afecto y confianza que Don Bosco le tenía.

Para ambientar un poco la historia nos tenemos que situar en el momento en que Don Bosco deja a Miguel Rúa a cargo de la Casa de Valdocco mientras él se dirige a Roma para aprobar las Reglas de la Congregación Salesiana. En aquel momento, la casa de Valdocco no solo comprendía el oratorio, la escuela y los talleres, sino que también estaba en pleno desarrollo la obra de la Basílica de María Auxiliadora, que se encontraba próxima a su finalización.

Cuando acabaron todos los trabajos del Santuario, pareció que
también Don Rúa estaba acabado. Una mañana de julio, en el calor
tórrido del julio turinés, en el portalón del Oratorio, cuando iba a
salir, cayó en brazos de un amigo que estaba su lado. «Peritonitis
fulminante» sentenció el médico llamado de inmediato. «No hay nada
que hacer. Administradle los Santos Óleos». La penicilina estaba
por inventar y la cirugía estaba todavía en pañales. Don Rua, con
fiebre alta y con muchos dolores, llamaba a Don Bosco; pero él
está en la ciudad. Se pusieron a buscarlo. Cuando llegó y le dijeron
que Don Rua estaba en las últimas, hizo gestos incomprensibles.
Había muchachos en la iglesia para el retiro mensual y se fue directamente
a confesarlos. «Estad tranquilos, Don Rua no se va sin
mi permiso»
,
dijo al entrar en la iglesia. Salió muy tarde y, en vez

de ir a la enfermería fue a tomar la cena que le habían guardado.
Después subió a su habitación a dejar la carpeta con sus papeles y,
por fin, mientras todos estaban en ascuas, fue a la cabecera de Don
Rua. Vio el recipiente de la Unción y casi se enfada: «¿Quién ha sido
el listo que ha tenido esa idea?». Después se sienta junto a Don Rua
y le dice: «Óyeme bien. Yo no quiero, ¿entiendes? No quiero que te
mueras. Tienes que curarte
. Tendrás que trabajar y trabajar mucho

a mi lado y nada de morirte. Óyeme bien: aunque te tirase por la
ventana estando como estás, no te morirías»
. Francesia y Cagliero

lo habían visto y oído todo, y se convencieron de que Don Bosco,
que hablaba en los sueños con la Virgen y le arrancaba favores imposibles,
tenía la garantía de que a ‘aquel muchacho’, el único que
había sobrevivido de todos sus hermanos, la Virgen lo iba a dejar
junto a él por toda la vida.
(Carta del Rector Mayor, Septiembre 2009, sobre Miguel Rúa).

Equipo de pastoral escolar