Una tarde de otoño Don Bosco regresaba hacia el Oratorio y tuvo que esperar, más de una hora, en la estación de Carmagnola el tren hacia Turín. Eran las siete; el tiempo estaba nublado y lloviznaba (…) Solamente un grupo de muchachos con sus juegos y gritos atraían la atención, o, mejor dicho, atronaban los oídos con sus voces. Entre aquellas voces sobresalía una voz que, dominando todas las demás, era como la de un jefe, obedecida por todos (…) aprovechando un momento en que los chicos se hallaban alrededor de él, en tres saltos se colocó entre ellos. Todos huyeron como espantados; sólo él avanzó hasta Don Bosco. Tenía trece años. Era un chico que vagabundeaba por las calles y se había hecho con el mando de una banda de muchachos como él. Con las manos en la cintura y tono chulesco le dijo:

– ¿Quién eres tú para meterte en nuestros juegos?

– Un amigo tuyo – le contesté.

– ¡Un amigo! ¿Y qué quieres?

– Jugar con vosotros, ¡si me lo permitís!

– Yo no te conozco.

-Y tú ¿Cómo te llamas?

Miguel Magone.

Luego, viendo Don Bosco, que se acercaban de nuevo los chicos, se entretiene un instante con ellos, y, en seguida, continúa hablando con Magone:

– ¿Cuántos años tienes?

– Trece.

– ¿Te has confesado alguna vez?(…)

El chico responde sin palabras, sólo sonriendo.

– ¿Tomaste la Primera Comunión?

– Claro que sí.

– ¿Qué sabes hacer?

– Nada, estoy en la escuela.

– ¿Tienes papá?

– Mi padre ya murió.

– ¿Tu mamá?

– Trabaja y trata de darnos de comer a mis hermanos y a mí que no hacemos otra cosa que hacerla sufrir.

– Y, ¿tu futuro?

– Tendré que estudiar algo. No sé…

Caí en cuenta de inmediato en los peligros que podría correr aquel magnífico muchacho…

– Magone, ¿no dejarías esta vida que llevas, si pudieras aprender un oficio o estudiar algo?

– Claro que sí. Algunos de los amigos ya están en la cárcel y con la situación desastrosa de mi familia (…) ¡yo estoy solo!

El pitido del tren interrumpe ese diálogo apenas incipiente y las cosas se precipitan. Don Bosco le pone en la mano una medalla de la Virgen. Le insinúa, rápidamente, que esa misma noche le encomiende todo a Dios que es su verdadero padre, y que en cuanto antes le informe de todo al vicario parroquial y le pida una carta de recomendación y se la envíe. Luego, corre para subir al tren ya en marcha y el chico aquel y su grupo lo siguen corriendo también, con los ojos desconcertados mientras le grita Magone:

– Pero, ¿Quién es usted? ¿Cómo se llama?

– Te espero en Turín, en Valdocco, en el Oratorio – responde, sin detenerse – Mi nombre es Don Bosco…

 

Equipo de pastoral escolar